lunes, 14 de noviembre de 2011

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS 4 PERÍODO 904

APRECIADOS ESTUDIANTES:


COMO ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS DE CUARTO PERÍODO DEBERÁN REALIZAR LAS ACTIVIDADES DE 901, 902 Y 903, Y DESARROLLARLAS EN ESTE ESPACIO

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS 4 PERÍODO 901

1. LEE EL SIGUIENTE CUENTO Y RESPONDE LAS PREGUNTAS QUE APARECEN AL FINAL


EL ABUELO
Cada vez que crujía una ramita, o croaba una rana, o vibraban los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado, que era una piedra chata, y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña encendida hacía rato, y bajo ellas sombras imprecisas que se deslizaban de un lado a otro, con las cortinas, lentamente. Había sido corto de vista desde joven, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si ya cenaban o si aquellas sombras inquietas provenían de los árboles más altos.
Regresó a su asiento y esperó. La noche pasada había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos pululaban, y los manoteos desesperados de don Eulogio en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados, llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaido y sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente, humillante, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, que de pronto lo sorprendía en su escondrijo. "¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?" Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los macizos de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta falsa esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, al recordar haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía escurrirse hacía la calle sin ser visto.
"¿Y si hubiera venido ya?", pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente a su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Sólo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo, se desprendió de sus manos y le golpeó el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta todavía, porque sus pasos asustados lo hubieran despertado, o el pequeño, al distinguir a su abuelo, encogido y dormitando justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina, habría gritado.
Esta reflexión lo animó. El soplido del viento era menos fuerte, su cuerpo se adaptaba al ambiente, había dejado de temblar. Tentando los bolsillos de su saco, encontró el cuerpo duro y cilindrico de la vela que compró esa tarde en el almacén de la esquina. Regocijado, el viejecito sonrió en la penumbra: rememoraba el gesto de sorpresa de la vendedora. El había permanecido muy serio, taconeando con elegancia, batiendo levemente y en circulo su largo bastón enchapado en metal, mientras la mujer pasaba bajo sus ojos, cirios y velas de diversos tamaños. "Esta", dijo él, con un ademán rápido que quería significar molestia por el quehacer desagradable que cumplía. La vendedora insistió en envolverla pero don Eulogio no aceptó y abandonó la tienda con premura. El resto de la tarde estuvo en el Club Nacional, encerrado en el pequeño salón del rocambor donde nunca había nadie. Sin embargo, extremando las precauciones para evitar la solicitud de los mozos, echó llave a la puerta. Luego, cómodamente hundido en el confortable de insólito color escarlata, abrió el maletín que traía consigo y extrajo el precioso paquete. La tenia envuelta en su hermosa bufanda de seda blanca, precisamente la que llevaba puesta la tarde del hallazgo.
A la hora más cenicienta del crepúsculo había tomado un taxi, indicando al chofer que circulara por las afueras de la ciudad; corría una deliciosa brisa tibia, y la visión entre grisácea y rojiza del cielo seria más enigmática en medio del campo. Mientras el automóvil flotaba con suavidad por el asfalto, los ojitos vivaces del anciano, única señal ágil en su rostro fláccido, descolgado en bolsas, iban deslizándose distraidamente sobre el borde del canal paralelo a la carretera, cuando de pronto lo divisó.
-"¡Deténgase!" -dijo, pero el chofer no le oyó-. "¡Deténgase! ¡Pare!".
Cuando el auto se detuvo y en retroceso llegó al montículo de piedras, don Eulogio comprobó que se trataba, efectivamente, de una calavera. Teniéndola entre las manos, olvidó la brisa y el paisaje, y estudió minuciosamente, con creciente ansiedad, esa dura, terca y hostil forma impenetrable, despojada de carne y de piel, sin nariz, sin ojos, sin lengua. Era pequeña, y se sintió inclinado a creer que era de niño. Estaba sucia, polvorienta, y hería su cráneo pelado una abertura del tamaño de una moneda, con los bordes astillados. El orificio de la nariz era un perfecto triángulo, separado de la boca por un puente delgado y menos amarillo que el mentón. Se entretuvo pasando un dedo por las cuencas vacías, cubriendo el cráneo con la mano en forma de bonete, o hundiendo su puño por la cavidad baja, hasta tenerlo apoyado en el interior entonces, sacando un nudillo por el triángulo, y otro por la boca a manera de una larga e incisiva lengueta, imprimía a su mano movimientos sucesivos, y se divertía enormemente imaginando que aquello estaba vivo..
Dos días la tuvo oculta en un cajón de la cómoda abultando el maletín de cuero, envuelta cuidadosamente, sin revelar a nadie su hallazgo. La tarde siguiente a la del encuentro permaneció en su habitación, paseando nerviosamente entre los muebles opulentos de sus antepasados. Casi no levantaba la cabeza; se diría que examinaba con devoción profunda y algo de pavor, los dibujos sangrientos y mágicos del circulo central de la alfombra, pero ni siquiera los veía. Al principio, estuvo indeciso, preocupado; podían sobrevenir complicaciones de familia, tal vez se reirían de él. Esta idea lo indignó y tuvo angustia y deseo de llorar. A partir de ese instante, el proyecto se apartó sólo una vez de su mente: fue cuando de pie ante la ventana, vio el palomar oscuro, lleno de agujeros, y recordó que en una época aquella casita de madera con innumerables puertas no estaba vacía, sin vida, sino habitada por animalitos grises y blancos que picoteaban con insistencia cruzando la madera de surcos y que a veces revoloteaban sobre los árboles y las flores de la huerta. Pensó con nostalgia en lo débiles y cariñosos que eran: confiadamente venían a posarse en su mano, donde siempre les llevaba algunos granos, y cuando hacía presión entornaban los ojos y los sacudía un brevísimo temblor. Luego no pensó más en ello. Cuando el mayordomo vino a anunciarle que estaba lista la cena, ya lo tenia decidido. Esa noche durmió bien. A la mañana siguiente olvidó haber soñado que una perversa fila de grandes hormigas rojas invadía súbitamente el palomar y causaba desasosiego entre los animalitos, mientras él, desde su ventana, observaba la escena con un catalejo.
Había imaginado que limpiar la calavera sería algo muy rápido, pero se equivocó. El polvo, lo que había creído polvo y era tal vez excremento por su aliento picante, se mantenía soldado a las paredes internas y brillaba como una mina de metal en la parte posterior del cráneo. A medida que la seda blanca de la bufanda se cubría de lamparones grises, sin que desapareciera la capa de suciedad, iba creciendo la excitación de don Eulogio. En un momento, indignado, arrojó la calavera, pero antes que ésta dejara de rodar, se había arrepentido y estaba fuera de su asiento, gateando por el suelo hasta alcanzarla y levantarla con precaución. Supuso entonces que la limpieza seria posible utilizando alguna sustancia grasienta. Por teléfono encargó a la cocina una lata de aceite y esperó en la puerta al mozo a quien arrancó con violencia la lata de las manos, sin prestar atención a la mirada inquieta con que aquél intentó recorrer la habitación por sobre su hombro. Lleno de zozobra empapó la bufanda en aceite y, al comienzo con suavidad, después acelerando el ritmo, raspó hasta exasperarse. Pronto comprobó entusiasmado que el remedio era eficaz; una tenue lluvia de polvo cayó a sus pies, y él ni siquiera notaba que el aceite iba humedeciendo también el filo de sus puños y la manga de su saco. De pronto, puesto de pie de un brinco, admiró la calavera que sostenía sobre su cabeza, limpia, resplandeciente, inmóvil, con unos puntitos como de sudor sobre la ondulante superficie de los pómulos. La envolvió de nuevo, amorosamente; cerró su maletín y salió del Club Nacional. El automóvil que ocupó en la Plaza San Martín lo dejó a la espalda de su casa, en Orrantia. Había anochecido. En la fría semioscuridad de la calle se detuvo un momento, temeroso de que la puerta estuviese clausurada. Enervado, estiró su brazo y dio un respingo de felicidad al notar que giraba la manija y la puerta cedía con un corto chirrido.
En ese momento escuchó voces en la pérgola. Estaba tan ensimismado, que incluso había olvidado el motivo de ese trajín febril. Las voces, el movimiento fueron tan imprevistos que su corazón parecía el balón de oxigeno conectado a un moribundo. Su primer impulso fue agacharse, pero lo hizo con torpeza, resbaló de la piedra y cayó de bruces. Sintió un dolor agudo en la frente y en la boca un sabor desagradable de tierra mojada, pero no hizo ningún esfuerzo por incorporarse y continuó allí, medio sepultado por las hierbas, respirando fatigosamente, temblando. En la caída había tenido tiempo de elevar la mano que conservaba la calavera de modo que ésta se mantuvo en el aire, a escasos centímetros del suelo, todavía limpia.
La pérgola estaba a unos veinte metros de su escondite, y don Eulogio oía las voces como un delicado murmullo, sin distinguir lo que decían. Se incorporó trabajosamente. Espiando, vio entonces en medio del arco de los grandes manzanos cuyas raíces tocaban el zócalo del comedor, una silueta clara y esbelta y comprendió que era su hijo. Junto a él había otra, más nítida y pequeña, reclinada con cierto abandono. Era la mujer. Pestañeando, frotando sus ojos trató angustiosamente, pero en vano, de divisar al niño. Entonces lo oyó reír: una risa cristalina de niño, espontánea, integral, que cruzaba el jardín como un animalito. No esperó más; extrajo la vela de su saco, a tientas juntó ramas, terrones y piedrecitas y trabajó rápidamente hasta asegurar la vela sobre las piedras y colocar a ésta, como un obstáculo, en medio del sendero. Luego, con extrema delicadeza para evitar que la vela perdiera el equilibrio, colocó encima la calavera. Presa de gran excitación, uniendo sus pestañas al macizo cuerpo aceitado, se alegró: la medida era justa, por el orificio del cráneo asomaba el puntito blanco de la vela, como un nardo. No pudo continuar observando. El padre había elevado la voz y, aunque sus palabras eran todavía incomprensibles, supo que se dirigía al niño. Hubo como un cambio de palabras entre las tres personas: la voz gruesa del padre, cada vez más enérgica, el rumor melodioso de la mujer, los cortos grititos destemplados del nieto. El ruido cesó de pronto. El silencio fue brevísimo; lo fulminó el nieto, chillando: "Pero conste: hoy acaba el castigo. Dijiste siete días y hoy se acaba. Mañana ya no voy". Con las últimas palabras escuchó pasos precipitados.
¿Venia corriendo? Era el momento decisivo. Don Eulogio venció el ahogo que lo estrangulaba y concluyó su plan. El primer fósforo dio sólo un fugaz hilito azul. El segundo prendió bien. Quemándose las uñas, pero sin sentir dolor, lo mantuvo junto a la calavera, aun segundos después de que la vela estuviera encendida. Dudaba, porque lo que veía no era exactamente lo que había imaginado, cuando una llamarada súbita creció entre sus manos con brusco crujido, como de un pisotón en la hojarasca, y entonces quedó la calavera iluminada del todo, echando fuego por las cuencas, por el cráneo, por la nariz y por la boca. "Se ha prendido toda", exclamó maravillado. Había quedado inmóvil y repetía como un disco "fue el aceite, fue el aceite", estupefacto, embrujado ante la fascinante calavera enrollada por las llamas.
Justamente en ese instante escuchó el grito. Un grito salvaje, un alarido de animal atravesado por muchisimos venablos. El niño estaba ante él, las manos alargadas, los dedos crispados. Lívido, estremecido, tenia los ojos y la boca muy abiertos y estaba ahora mudo y rígido pero su garganta, independientemente, hacía unos extraños ruidos roncos. "Me ha visto, me ha visto", se decía don Eulogio, con pánico. Pero al mirarlo supo de inmediato que no lo había visto, que su nieto no podía ver otra cosa que aquella cabeza llameante. Sus ojos estaban inmovilizados con un terror profundo y eterno retratado en ellos. Todo había sido simultáneo: la llamarada, el aullido, la visión de esa figura de pantalón corto súbitamente poseída de terror. Pensaba entusiasmado que los hechos habían sido más perfectos incluso que su plan, cuando sintió voces y pasos que venian y entonces, ya sin cuidarse del ruido, dio media vuelta y a saltos, apartándose del sendero, destrozando con sus pisadas los macizos de crisantemos y rosales que entreveía a medida que lo alcanzaban los reflejos de la llama, cruzó el espacio que lo separaba de la puerta. La atravesó junto con el grito de la mujer, estruendoso también, pero menos sincero que el de su nieto. No se detuvo, no volvió la cabeza. En la calle, un viento frío hendió su frente y sus escasos cabellos, pero no lo notó y siguió caminando, despacio, rozando con el hombro el muro de la huerta sonriendo satisfecho, respirando mejor, más tranquilo.

A. ¿CUÁLES CARACTERÍSTICAS DEL BOOM PRESENTA EL CUENTO? JUSTIFICA CON EJEMPLOS DEL TEXTO

B. PLANTEA 2 POSIBLES INTENCIONES DEL CUENTO

C. REALIZA UNA CRÍTICA EN CUANTO A LA FORMA Y CONTENIDO DEL CUENTO


2. REALIZA UN PARALELO ENTRE LAS CARACTERÍSTICAS DEL BOOM LATINOAMERICANO Y LOS MOVIMIENTOS LITERARIOS HISPANOAMERICANOS VISTOS EN EL AÑO 2011

3. INVENTA UN CUENTO QUE TENGA CARACTERÍSTICAS EN CUANTO A LA FORMA Y CONTENIDO DEL BOOM LATINOAMERICANO


ADVERTENCIA:
- EL TEXTO DEBE SER DE TU INVENCIÓN E INSPIRACIÓN. NO AL PLAGIO
- CUIDA TU ORTOGRAFÍA
- SÉ CLARO, COHERENTE Y PERTINENTE
- NO OLVIDES DEJAR TU NOMBRE COMPLETO

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS 4 PERÍODO 903

1.LEE EL SIGUIENTE CUENTO Y RESPONDE LAS PREGUNTAS QUE APARECEN AL FINAL

CONDUCTA EN LOS VELORIOS


No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.
En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia está en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis. Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos. Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación, comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploración general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez, en Bánfield, cosas así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mienten (eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor, y nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los desmayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones, llevándolos y trayéndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras contando desde la esquina, para velar al finado. Los vecinos más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar; algunos parientes, extenuados por una hora y media de llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo, frotándose las antenas al pasar. Cuando llega el coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos, abreviar el ultimo adiós y quedarse solos junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acerca a los labios, y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariñosas solicitudes de mis primas y mis hermanas. Cuando es hora de partir y la casa está llena de parientes y amigos, una organización invisible pero sin brechas decide cada movimiento, el director de la funeraria acata las órdenes de mi padre, la remoción del ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados a último momento adelantan una reivindicación destemplada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callarse. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos, mis hermanos suben al segundo, y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero, donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y moradas. El resto sube donde puede, y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi. Y si algunos, refrescados por el aire matinal y el largo trayecto, traman una reconquista en la necrópolis, amargo es su desengaño. Apenas llega el cajón al peristilo, mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto, y fácilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco. Estrechándole las manos, le empapan las solapas con sus lágrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca, y el orador no puede impedir que mi tío el menor suba a la tribuna y abra los discursos con una oración que es siempre un modelo de verdad y discreción. Dura tres minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humanidad a nada de lo que dice; está profundamente emocionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado, mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del panegírico en nombre del vecindario, mientras el vecino designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis primas y hermanas que lloran colgadas de su chaleco. Un gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al personal de la funeraria; dulcemente empieza a rodar el catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la tribuna, mirándose y estrujando los discursos en sus manos húmedas. Por lo regular no nos molestamos en acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio. Desde lejos vemos cómo los parientes corren desesperadamente para agarrar alguno de los cordones del ataúd y se pelean con los vecinos que entre tanto se han posesionado de los cordones y prefieren llevarlos ellos a que los lleven los parientes.
FIN

A. ¿CUÁLES CARACTERÍSTICAS DEL BOOM PRESENTA EL CUENTO? EXPLICA CON EJEMPLOS EXTRAÍDOS DEL TEXTO

B. PLANTEA 2 POSIBLES INTENCIONES DEL CUENTO

C. ¿CUÁLES CRÍTICAS PUEDES HACERLE AL CUENTO EN RELACIÓN CON EL CONTENIDO Y LA FORMA? ¿POR QUÉ?


2. REALIZA UN PARALELO ENTRE LAS CARACTERÍSTICAS DEL BOOM LATINOAMERICANO Y LOS MOVIMIENTOS LITERARIOS HISPANOAMERICANOS VISTOS EN EL AÑO 2011

3. REALIZA UN CUENTO CORTO CON CARACTERÍSTICAS EN CUANTO A FORMA Y CONTENIDO QUE SE ACOJAN A LAS DEL BOOM LATINOAMERICANO

ADVERTENCIAS:
- EL TEXTO DEBE SER DE TU INVENCIÓN. NO AL PLAGIO.
- CUIDA TU ORTOGRAFÍA
- SÉ CLARO, COHERENTE Y PERTINENTE
- NO OLVIDES DEJAR TU NOMBRE COMPLETO

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS 1001 Y 1002 CUARTO PERÍODO ACADÉMICO

1. REALIZA UN CUADRO COMPARATIVO EN EL QUE EXPONGAS LAS DIFERENCIAS Y SEMEJANZAS EXISTENTES ENTRE LOS MOVIMIENTOS LITERARIOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XX: MODERNISMO, GENERACIÓN DEL 98, GENERACIÓN DEL 27, GENERACIÓN DEL 14 Y LITERATURA DE POSGUERRA


2. ANALIZA LOS SIGUIENTES POEMAS Y CLASIFÍCALOS EN ALGUNO DE LOS MOVIMIENTOS LITERARIOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XX. NO OLVIDES DAR LAS RAZONES O ARGUMENTOS DE SU PERTENENCIA A ESTOS MOVIMIENTOS.




POEMA 1

¿Para qué?
Sobre la piedra viva,
sobre el papel escrito,
sobre el recuerdo trastocado
con el sólo propósito
de eternizar la huella del momento...
Es obsesión el éxito y pánico el fracaso
¡y no nos damos cuenta!
El éxito se encuentra en lo que hacemos,
si lo  hacemos con ganas y con gozo,
y el fracaso es tan sólo circunstancia
y depende de qué opinión te crees
en relación con ella. 
(Y de cómo lo vivas.)
Si la vida nos lleva hacia la muerte,
si la muerte nos lleva hacia el olvido
y el olvido se agranda con el tiempo
¿Desvirtuar lo ajeno
y engrandecer lo propio, para qué?
Pensad en lo que os digo.
Yo sé que casi todo ignoro,
pero no que los hombres
se afanan en ser únicos.
(Y eternos.)

POEMA 2
Amigo,
levántate para que oigas aullar
al perro asirio.
Las tres ninfas del cáncer han estado bailando,
hijo mío.
Trajeron unas montañas de lacre rojo
y unas sábanas duras donde estaba el cáncer dormido.
El caballo tenía un ojo en el cuello
y la luna estaba en un cielo tan frío
que tuvo que desgarrarse su monte de Venus
y ahogar en sangre y ceniza los cementerios antiguos.
Amigo,
despierta, que los montes todavía no respiran
y las hierbas de mí corazón están en otro sitio.
No importa que estés lleno de agua de mar.
Yo amé mucho tiempo a un niño
que tenía una plumilla en la lengua
y vivimos cien años dentro de un cuchillo.
Despierta.  Calla.  Escucha.  Incorpórate un poco.
El aullido
es una larga lengua morada que deja
hormigas de espanto y licor de lirios.
Ya vienen hacia la roca. ¡No alargues tus raíces!
Se acerca.  Gime.  No solloces en sueños, amigo.
¡Amigo!
Levántate para que oigas aullar
al perro asirio.


3. REALIZA UN POEMA QUE PUEDA CONSIDERARSE: 

A. MODERNISTA
B. DE LA GENERACIÓN DEL 98
C. DE LA GENERACIÓN DEL 14
D. DE LA GENERACIÓN DEL 27
E. DE LA LITERATURA DE POSGUERRA


ADVERTENCIA:
- LOS TEXTOS DEBEN SER DE TU INSPIRACIÓN E INVENCIÓN, NO AL PLAGIO.
- CUIDA TU ORTOGRAFÍA
- SE CONCISO, CLARO Y PERTINENTE
- NO OLVIDES DEJAR TU NOMBRE COMPLETO Y CURSO

lunes, 17 de octubre de 2011

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS 903 JT. TERCER PERÍODO

PRIMERA ACTIVIDAD

Lee el siguiente poema:

Entre Irse y Quedarse
Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.

La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.

Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.

Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.

La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.





Responde:


1. Menciona las imágenes poéticas presentes en el poema


2. ¿Cuál es la intención del poema?


3. ¿Cuáles son las características formales del poema?


4. ¿De las vanguardias vistas(Creacionismo, Ultraísmo, Surrealismo (poesía pura. poesía impura), estridentismo) a cuál podría pertenecer el poema? y ¿Por qué?


SEGUNDA ACTIVIDAD


Realiza un poema que corresponda a cada una de las vanguardias (de tu invención e inspiración).

1. Creacionista
2. Ultraísta
3. Surrealista
4. Poesía pura
5. Poesía impura
6. Estridentismo


RECOMENDACIONES


1. CUIDA TU ORTOGRAFÍA
2. RESPONDE DE MANERA CLARA LO QUE SE TE PREGUNTA
3. SÉ ORGANIZADO
4. NO OLVIDES DEJAR TU NOMBRE COMPLETO
5. NO CAIGAS EN EL PLAGIO. LOS ESCRITOS DEBEN SER TUYOS, DE TU CREACIÓN 

jueves, 6 de octubre de 2011

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS DE TERCER PERÍODO 1002

PRIMERA ACTIVIDAD

Realiza un cuadro comparativo para el ROMANTICISMO Y REALISMO ESPAÑOL. Se debe incluir:

1. Definición del movimiento literario
2. Principales características
3. Principales autores
4. Géneros que trabaja


SEGUNDA ACTIVIDAD


- Inventa un poema, que pueda considerarse del Romanticismo


- Inventa un cuento corto que contenga características del Realismo


RECOMENDACIONES Y ADVERTENCIAS


1. CUIDA TU ORTOGRAFÍA
2. OJO CON PLAGIAR EL POEMA O EL CUENTO (ESTO ES ILEGAL, VA CONTRA LOS DERECHOS DE AUTOR). ESTA ACCIÓN TE IMPEDIRÁ SUPERAR LAS DIFICULTADES DE LA ASIGNATURA




TERCERA ACTIVIDAD


ANALIZA EL SIGUIENTE TEXTO



El extranjero (Pedro Antonio De Alarcón):
Después de un largo camino un chico ve a un conocido (al parecer viejo) que le habla sobre la guerra de la independencia donde tienen secuestrado y en muy malas condiciones a un polaco, en aquel momento preso, que se llamaba Iwa. Le habla un amigo a otro que un legionario al que solían llamar “El Risas” maltrató y mató al preso polaco que en aquel momento estaba preso. Luego el chaval que cuenta la historia ve a unos legionarios y ellos hablan sobre “El Risas” y le dijeron que fue en un viaje a Polonia y vio a la mama de Iwa (sin saber que era ella) y la mama le vio una medalla que le robo “El risas” a su hijo y unas chicas la cogieron y se la enseñaron y se enfadó al ver que ese hombre, supuestamente, había matado a su hijo durante la guerra, y uno de los comandantes que le escuchaba dijo una frase: “ Vive en Dios, señores, que en todo eso hay algo más que casualidad”.


RESPONDE:

1. ¿A cuál de los movimientos literarios vistos en el tercer período puede pertenecer este cuento? y ¿por qué?

2. ¿Cuál es el tema central del cuento?

3. ¿Cuál es la intención del cuento?




ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS CUARTO PERÍODO 902


PRIMERA ACTIVIDAD:
Lee el siguiente cuento y responde las preguntas del final.

La noche que lo dejaron solo 



-¿Por qué van tan despacio? -les preguntó Feliciano Ruelas a los de adelante-. Así acabaremos por dormirnos. ¿Acaso no les urge llegar pronto?

-Llegaremos mañana amaneciendo -le contestaron.-

Fue lo último que les oyó decir. Sus últimas palabras.

Pero de eso se acordaría después, al día siguiente

Allí iban los tres, con la mirada en el suelo, tratando de aprovechar la poca claridad de la noche.

"Es mejor que esté oscuro. "Así no nos verán." También habían dicho eso, un poco antes, o quizá la noche anterior. No se acordaba.

El sueño le nublaba el pensamiento Ahora, en la subida, lo vio venir de nuevo. Sintió cuando se le acercaba, rodeándolo como buscándole la parte más cansada. Hasta que lo tuvo encima, sobre su espalda, donde llevaba terciados los rifles Mientras el terreno estuvo parejo, caminó deprisa. A1 comenzar la subida, se retrasó; su cabeza empezó a moverse despacio, más lentamente conforme se acortaban sus pasos. Los otros pasaron junto a él, ahora iban muy adelante y él seguía balanceando su cabeza dormida.

Se fue rezagando. Tenía el camino enfrente, casi a la altura de sus ojos. Y el peso de los rifles. Y el sueño trepado allí donde su espalda se encorvaba.

Oyó cuando se le perdían los pasos: aquellos huecos talonazos que habían venido oyendo quién sabe desde cuándo, durante quién sabe cuántas noches: "De la Magdalena para allá, la primera noche; después de allá para acá, la segunda, y ésta es la tercera. No serían muchas -pensó-, si al menos hubiéramos dormido de día". Pero ellos no quisieron: Nos pueden agarrar dormidos -dijeron-. Y eso sería lo peor.

-¿Lo peor para quién?.

Ahora el sueño le hacía hablar. "Les dije que esperaran: vamos dejando este día para descansar. Mañana caminaremos de filo y con más ganas y con más fuerzas, por si tenemos que correr. “Puede darse el caso."

Se detuvo con los ojos cerrados. "Es mucho -dijo-. ¿Qué ganamos con apurarnos? Una jornada. Después de tantas que hemos perdido, no vale la pena "enseguida gritó: "¿Dónde andan?".

Y casi en secreto: "Váyanse, pues. ¡Váyanse!".

Se recostó en el tronco de un árbol. Allí estaban la tierra fría y el sudor convertido en agua fría. Esta debía de ser la sierra de que le habían hablado. Allá abajo el tiempo tibio, y ahora acá arriba este frío que se le metía por debajo del gabán: Como si me levantaran la camisa y me manosearan el pellejo con manos heladas."

Se fue sentando sobre el musgo. Abrió los brazos como si quisiera medir el tamaño de la noche y encontró una cerca de árboles. Respiró un aire oloroso a trementina. Luego se dejó resbalar en el sueño, sobre el cochal, sintiendo cómo se le iba entumeciendo el cuerpo.

Lo despertó el frío de la madrugada. La humedad del rocío.

Abrió los ojos. Vio estrellas transparentes en un cielo claro, por encima de las ramas oscuras.

"Está oscureciendo", pensó. Y se volvió a dormir.

Se levantó al oír gritos y el apretado golpetear de pezuñas sobre el seco tepetate del camino. Una luz amarilla bordeaba el horizonte.

Los arrieros pasaron junto a él, mirándolo. Lo saludaron: "Buenos días", le dijeron. Pero él no contestó.

Se acordó de lo que tenía que hacer. Era ya de día. Y él debía de haber atravesado la sierra por la noche para evitar a los vigías. Este paso era el más resguardado. Se lo habían dicho.

Tomó el tercio de carabinas y se las echó a la espalda. Se hizo a un lado del camino y cortó por el monte, hacia donde estaba saliendo el sol. Subió y bajó, cruzando lomas terregosas.

Le parecía oír a los arrieros que decían: "Lo vimos allá arriba”.

“Es así y asado, y trae muchas armas."

Tiró los rifles. Después se deshizo de las carrilleras. Entonces se sintió livianito y comenzó a correr como si quisiera ganarles a los arrieros la bajada.

Había que "encumbrar, rodear la meseta y luego bajar".

Eso estaba haciendo. Obre Dios. Estaba haciendo lo que le dijeron que hiciera, aunque no a las mismas horas.

Llegó al borde de las barrancas. Miró allá lejos la gran llanura gris.

"Ellos deben estar allá. Descansando al sol, ya sin ningún pendiente", pensó.

Y se dejó caer barranca abajo, rodando y corriendo y volviendo a rodar.

"Obre Dios", decía. Y rodaba cada vez más en su carrera.

Le parecía seguir oyendo a los arrieros cuando le dijeron: "¡Buenos días!" Sintió que sus ojos eran engañosos. Llegarán al primer vigía y le dirán: "Lo vimos en tal y tal parte. No tardará el estar por aquí."

De pronto se quedó quieto.

"¡Cristo!", dijo. Y ya iba a gritar: "¡Viva Cristo Rey!", pero se contuvo. Sacó la pistola de la costadilla y se la acomodó por dentro, debajo de la camisa, para sentirla cerquita de su carne. Eso le dio valor.

Se fue acercando hasta los ranchos del Agua Zarca a pasos queditos, mirando el bullicio de los soldados que se calentaban junto a grandes fogatas.

Llegó hasta las bardas del corral y pudo verlos mejor; reconocerles la cara: eran ellos, su tío Tanis y su tío Librado. Mientras los soldados daban vuelta alrededor de la lumbre, ellos se mecían, colgados de un mezquite, en mitad del corral. No parecían ya darse cuenta del humo que subía de las fogatas, que les nublaba los ojos vidriosos y les ennegrecía la cara.

No quiso seguir viéndolos. Se arrastró a lo largo de la barda y se arrinconó en una esquina, descansando el cuerpo, aunque sentía que un gusano se le retorcía en el estómago.

Arriba de él, oyó que alguien decía: -¿Qué esperan para descolgar a ésos?

-Estamos esperando que llegue el otro. Dicen que eran tres, así que tienen que ser tres.

Dicen que el que falta es un muchachito; pero muchachito y todo, fue el que le tendió la emboscada a mi teniente Parra y le acabó su gente. Tiene que caer por aquí, como cayeron esos otros que eran más viejos y más colmilludos. Mi mayor dice que si no viene de hoy a mañana, acabalamos con el primero que pase y así se cumplirán las órdenes.

-¿Y por qué no salimos mejor a buscarlo? Así hasta se nos quitaría un poco lo aburrido.

-No hace falta. Tiene que venir. Todos están arrendando para la Sierra de Comanja a juntarse con los cristeros del Catorce. Éstos son ya de los últimos. Lo bueno sería dejarlos pasar para que les dieran guerra a los compañeros de Los Altos.

-Eso sería lo bueno. A ver si no a resultas de eso nos enfilan también a nosotros por aquel rumbo.

Feliciano Ruelas esperó todavía un rato a que se le calmara el bullicio que sentía cosquillearle el estómago. Luego sorbió tantito aire como si se fuera a zambullir en el agua y, agazapado hasta arrastrarse por el suelo, se fue caminando, empujando el cuerpo con las manos.

Cuando llegó al reliz del arroyo, enderezó la cabeza y se echó a correr, abriéndose paso entre los pajonales. No miró para atrás ni paró en su carrera hasta que sintió que el arroyo se disolvía en la llanura.

Entonces se detuvo. Respiró fuerte y temblorosamente.  


JUAN RULFO


PREGUNTAS:

1. ¿Cuál es el contrato de comunicación o pacto narrativo que ofrece Juan Rulfo a los lectores del cuento?
2. ¿Desde cuál o cuáles voces se narra la historia?

3. ¿Cuál es la intención del autor?

4. ¿De qué forma se relaciona el cuento con las características del Boom latinoamericano?

RECOMENDACIONES:

1. CUIDA TU ORTOGRAFÍA

2. EXPLICA CON EJEMPLOS DEL TEXTO

3. NO RECAIGAS EN EL PLAGIO 

martes, 4 de octubre de 2011

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS DE TERCER PERÍODO PARA GRADO 1001

TEMA: ROMANTICISMO ESPAÑOL

PRIMERA ACTIVIDAD: Con la información trabajada en clase y consultas personales, responde las siguientes preguntas:

1. ¿Cuáles son los dos períodos que forman el Romanticismo español?


2. ¿En cuál de los dos períodos se dieron los escritores líricos?


3. ¿Cuáles son las principales características del Romanticismo español? Explica con tus propias palabras.


SEGUNDA ACTIVIDAD: Analiza el siguiente poema y responde las preguntas:

RIMA IV

No digáis que, agotado su tesoro, 
de asuntos falta, enmudeció la lira; 
podrá no haber poetas; pero siempre 
habrá poesía. 

Mientras las ondas de la luz al beso 
palpiten encendidas, 
mientras el sol las desgarradas nubes 
de fuego y oro vista, 
mientras el aire en su regazo lleve 
perfumes y armonías, 
mientras haya en el mundo primavera, 
¡habrá poesía! 

Mientras la ciencia a descubrir no alcance 
las fuentes de la vida, 
y en el mar o en el cielo haya un abismo 
que al cálculo resista, 
mientras la humanidad siempre avanzando 
no sepa a dó camina, 
mientras haya un misterio para el hombre, 
¡habrá poesía! 

Mientras se sienta que se ríe el alma, 
sin que los labios rían; 
mientras se llore, sin que el llanto acuda 
a nublar la pupila; 
mientras el corazón y la cabeza 
batallando prosigan, 
mientras haya esperanzas y recuerdos, 
¡habrá poesía! 

Mientras haya unos ojos que reflejen 
los ojos que los miran, 
mientras responda el labio suspirando 
al labio que suspira, 
mientras sentirse puedan en un beso 
dos almas confundidas, 
mientras exista una mujer hermosa, 
¡habrá poesía!

1. ¿Cuál es el tema central de la Rima?

2. ¿Cuáles características en cuanto a la forma presenta la Rima?

3. ¿Cuáles son los principales sentimientos que expresa el poeta?

4. ¿Cuál es tu apreciación personal de la Rima IV?

TERCERA ACTIVIDAD: Realiza un poema que pueda considerarse del movimiento del Romanticismo español.


RECOMENDACIONES Y ADVERTENCIAS:
1. OJO CON LA ORTOGRAFÍA

2. OJO CON EL PLAGIO (COPIA DE OTROS AUTORES Y FUENTES Y ASUMIRLO COMO SI FUERA MÍO)

3. SEA CLARO, PRECISO Y PERTINENTE

martes, 6 de septiembre de 2011

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS PARA GRADO 1001 JORNADA TARDE- TERCER PERÍODO ACADÉMICO

PRIMERA ACTIVIDAD:

ANALIZA EL POEMA:


RIMA L

Lo que el salvaje que con torpe mano 
hace de un tronco a su capricho un dios, 
y luego ante su obra se arrodilla, 
eso hicimos tú y yo. 

Dimos formas reales a un fantasma, 
de la mente ridícula invención, 
y hecho el ídolo ya, sacrificamos 
en su altar nuestro amor.



Gustavo Adolfo Bécquer


RESPONDE:


1. ¿Cuáles características te indican que este poema hace parte del romanticismo español?


2. ¿Cuál es la intención del autor?

3. ¿Qué opinas de la forma y el contenido del poema?




SEGUNDA ACTIVIDAD
LEE EL SIGUIENTE CUENTO


LA REJA (EMILIA PARDO BAZÁN)

Sor Casilda alzó el pálido rostro, que sonrosaba una emoción repentina, y contestó a la tornera:
-Voy, voy ahora mismo.
La llamaban a la reja baja; estaba allí su primo Luis -casi su hermano-, que deseaba verla; era el generoso bienhechor del convento, el que no hacía dos meses había contribuido espléndidamente para reparar la torre de la iglesia, que amenazaba ruina, y las contadas veces que venía a hablar con sor Casilda, se les permitía que conversasen sin tasa de tiempo ni vigilancia de oído.
Él esperaba ya en el locutorio, salita limpia, esterada, enjalbegada, amueblada con bancos de madera, sillas de paja y dos fraileros. Era allí casi tangible el silencio, el recogimiento casi palpable; la celosía amortiguaba la luz solar; ningún ruido venía de la desierta calleja toledana, y los cuadros oscuros, bituminosos, de negro marco, aumentaban la impresión de melancolía, como de indiferencia hacia la vida, que infundía aquel lugar.
Luis, desplomado en uno de los dos amplios sillones de vaqueta, puestos los codos en los descansaderos, dejaba colgar un brazo, y en la palma de la mano del otro reclinaba la frente. En esta misma actitud de cansera dolorosa estaba cuando, a paso quedo, la monja avanzó, y al detenerse pronunció un ¡chis! suave.
-¿Qué es eso, primo? ¿Estás malo? -articuló sor Casilda.
Luis había vuelto el rostro en dirección de la reja, y la monja le consideraba con susto; tal le hallaba de desencajado, los ojos asombrados y fijos, la boca contraída, negros y resecos de calentura los labios, el aliento que de ellos salía, impuro y fétido como la exhalación que se levanta de revuelto pantano en horas de tormenta.
-Malo, no -respondió Luis-. No tengo nada de lo que se dice enfermedad. Lo que tengo es pena..., ¿oyes?, pena horrible. Estoy en una de esas horas que hay..., ¡horas negras!..., y vengo a que alguien me muestre un poco de cariño, porque ¡me hace tanta falta!..
La monja se estremeció. Escuchaba con sencillo agrado la voz de Luis cuando hablaba de cosas indiferentes; pero, a poco que el sentimiento la timbrase, recordaba con punzante intensidad que era la misma voz, la única que había derramado en su oído inolvidables conceptos... Por rápido y soso que hubiese sido el noviazgo; por pronto que se hubiese convertido en fraternidad, sor Casilda guardaba allá dentro, invisible, una herida...,herida dulce, cruel, sin cesar ofrecida a Dios, solo por él curada, cerrada nunca. Para que la herida no le doliese tanto, Casilda había buscado en el convento ese bálsamo pasado de moda, eternamente eficaz, del aislamiento, de la muerte parcial, del renunciar y del obedecer. No fue misticismo; fue más bien una especie de filosofía humana, instintiva, la que aconsejó a la niña que ocultase sus formas en el hábito de ruda estameña y cubriese su cabeza con la toca. Como tantas almas enfermas y exhaustas, buscó el reposo, única dicha de los que irremisiblemente pierden las esperanzas terrenas. Casi se hubiese sentido feliz en el convento si ignorase la situación de Luis, su historia privada. Pero la conocía. ¿Cómo? ¿Por referencias de quién? Ahí está lo que no acertaría a explicar de un modo concreto; pero sabía, sabía; todo había llegado hasta ella, cual llega penetrante olor de flores malditas salvando rejas y muros. Las reclusas están más al corriente de lo que se cree de cuanto en el mundo ocurre, no por relatos circunstanciados, sino por indicaciones expresivas. Un movimiento de cejas, un entornar de ojos, se interpretan en el claustro; la imaginación de la encerrada hace lo demás. Los gestos y las medias palabras referentes a Luis se traducían para sor Casilda de esta suerte: «En pecado. Por consecuencia, en más tribulación y tormentos que alegría.» Y rezaba, rezaba, con un ímpetu de esos que llegan al más allá misterioso. ¡Que Luis, algún día, se arrepintiese y se salvase!, aunque a ella le fuesen cerradas las puertas divinas, tras de las cuales no hay mentiras, ni tristezas, ni miserias, ni culpas... Y ahora que le veía indudablemente en el primer peldaño de la escala del arrepentimiento, bajo la impresión de una catástrofe moral de las que en un instante inmutan la conciencia, sor Casilda, en vez de complacencia, sentía una piedad infinita, inmensa, arrasadora, que derretía su corazón y conmovía sus entrañas: algo muy trágico, muy hermoso y muy fuerte, que la arrebataba y la trastornaba, haciéndole olvidar en un minuto los propósitos y las aspiraciones de tantos años...
Con la violencia del impulso de empujarlos, los hierros de la reja se incrustaban en su cuerpo enflaquecido y lastimaban sus afiladas y descoloridas manos, que pugnaban por alcanzar, al través de ellos, a Luis. El cual, ahora, sollozaba muy bajo, quejándose como se quejan los niños cuando están enfermos y no saben explicar su mal a las madres. La monja repetía, suplicante:
-Pero cuéntame... Pero di, Luis; di, por Dios... Desahoga, desahoga...
-¡No puedo! -gimió él, abrumado por lo inútil, por lo estéril de su agonía-. Casilda, no puedo. Tengo, ¿ves?, una argolla de garrote en la garganta y noto vértigo en la cabeza. ¡Esa reja baila!... ¡Tú también! Es raro, ¿verdad?, que un hombre, un hombre que no es un necio ni un cobarde, se ponga así por..., por una..., ¡por una infamia de mujer! Mira, estoy loco, Casilda; si digo algún disparate, perdónamelo. ¡Dichosa tú, que has logrado vivir lejos de estos combates! ¡Si supieses cuánto se sufre! No, ni lo sospechas. Reza por mí... para que me muera pronto, ¿entiendes, hija mía? No vayas a equivocar la oración y solicites largo plazo a mi existir... ¡Casilda, Casilda! Tú me has querido bien. ¡Compadécete de mí! ¡Que alguien me compadezca!
Ahora sí que la reja bailaba, mejor dicho, trepidaba como si fuese a desprenderse del rudo marco de piedra donde sólidamente la fijaban emplomaduras enormes. La monja, rabiosamente, con el peso de su débil cuerpo y el escaso vigor de sus bracillos de anémica y sedentaria, pretendía arrancar el primer enrejado... Luis vio el sublime e insensato movimiento y lo agradeció con una mirada más dolorosa que las palabras. Sor Casilda redobló sus esfuerzos. Jadeaba; resollaba hondo y congojoso, como el leñador cuando descarga el hacha; se estropeaba los dedos, se deshacía las muñecas, y repetía, en su afán:
-¡Luis! ¡Luis! Ayúdame... Quiero salir. Ayúdame; rompámosla...
Luis se encogió de hombros. Aquella locura de su pobre prima le traía a él, por contraste y comparación, a la realidad. ¡Romper una reja así! Y cuando por caso imposible la rompiese, ¿no era doble la reja? ¿No tendrían que arrancar la segunda, erizada de picos de hierro? Aquella reja era el propio destino de la monja; y el suyo, el de Luis, aquel dolor desesperado e incurable, que arrastraría siempre consigo. Se levantó, y acercando el lívido rostro a un claro de la reja, murmuró:
-Casilda..., déjalo... No puedes, Casilda. No podemos. Y si pudiésemos..., ¿para qué? Es inútil. Todo es inútil en el mundo. Tu compasión... y basta...
FIN


RESPONDE:

1. ¿Cuáles características demuestran el carácter realista del cuento?

2. ¿Cuál es la intención del autor con el cuento?

3. Menciona los hechos más importantes del cuento


TERCERA ACTIVIDAD

1. REALIZA UN POEMA QUE PUEDA CONSIDERARSE DEL ROMANTICISMO ESPAÑOL

2. ESCRIBE UN  CUENTO CORTO, QUE CORRESPONDA A LA REALIDAD DE TU LOCALIDAD